San Luis. Dejó Buenos Aires para criar llamas en el último bastión del Imperio Inca

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Fuente lanacion 24/04/2022

"Somos una reserva.

Eso significa que no pescamos para las llamas, no les damos suplementos.

No utilizamos fertilizantes en el suelo y preservamos el lugar interfiriendo lo menos posible.

Estamos en la casa, la granja, el taller y el restaurante de Antu Ruka, en la localidad de Inti Huasi, al norte de San Luis, después de que la carretera RP 10 se desprenda de la RP 36.

Aquí no sólo cría llamas donde no las había hace cientos de años, sino que también recibe turistas.

Gustavo es originario de Buenos Aires y está casado con Julia San Martín, natural de San Luis.

Son profesores y vivían en Del Viso, en el distrito de Pilar, donde dirigen un centro de terapia para niños con necesidades especiales.

"Un verano visitamos a mi cuñado y me enamoré de la zona, de La Primavera.

Le dije: 'Si conoces un país, házmelo saber'.

Eran más tonterías, que mi cuñado se tomaba muy en serio.

Tres meses después, cuando estaba de vuelta en el trabajo y había olvidado por completo lo que le había dicho en vacaciones, me llamó y me dijo: "Tengo cinco propiedades que puedes mirar" Vine sobre todo por el compromiso", recuerda Gustavo y continúa: "Me gustó mucho el lugar, era maravilloso.

Había agua fluyendo por todas partes.

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Sin embargo, el rancho daba miedo.

Estaba abandonado, deteriorado y en ruinas.

Pero tenía su propia historia.

El nombre de Rancho Sabio fue puesto en 1964 por un arquitecto para una disertación sobre arquitectura sostenible.

Para que dijeran que no y se lo quitaran de encima, les hice una propuesta absurda.

Pero lo aceptaron.

Entonces dudé: "¿Qué debo comprar?" Le mostré los papeles al notario y me aseguró que todo estaba en orden.

No teníamos otra opción: cambiamos de vida.

Compramos la casa en 2006 y llevamos trece años viviendo aquí.

Pero todo fue paulatino", dice la tranquila y gentil maestra, que comenzó con las llamas porque ya conocían las técnicas de hilado y tejido desde hace años, gracias a una mujer de Catamarca.

Los ponen en práctica en el centro terapéutico.

"Los niños con autismo se benefician del spinning como terapia.

Les gusta darle vueltas a todo, y aquí lo hacen con una actividad que tiene sentido", dice la profesora sobre una de las técnicas del aula para trabajar con María Luz, una de las hijas de Julia -ella tiene dos más y Gustavo una-.

Tienen seis nietos en total.

"Cuando descubrimos que había fósiles de llama en el yacimiento, pensamos que sería interesante volver a encontrarlos.

Los huarpes vivían aquí y formaban parte del último bastión del imperio Inca", añade Gustavo, que empezó con diez ejemplares y ahora posee ochenta.

Juntos son indestructiblesLo que nunca imaginaron es que se dedicarían al turismo.

Cuando criaron los animales, descubrieron que no sólo producían muy buen hilo, sino que también atraían la atención de la gente.

Mucha gente se paró a hacer fotos.

Así que se estableció un horario, se fijó un precio de entrada asequible y se invitó a los turistas a unirse al pastoreo.

Una casa de té y un restaurante completan la experiencia, que termina en un taller de hilado.

Tienen cinco potreros con pilares reconstruidos y algunas alambradas en un campo de 80 hectáreas.

Cambian de prado en función de las necesidades de pastoreo.

"Las llamas dejan grandes manchas de guano porque bostezan en el mismo lugar durante un año y medio.

Luego lo tiran, y cuando la hierba crece al año siguiente, se la comen.

No son como las vacas que ladran a todo el vecindario.

Es conmovedor ver cómo gestionan sus pastos.

Los pumas son la única amenaza real para estos curiosos y algo tímidos animales, que suelen parir una cría al año de entre 3 y 12 años y se alimentan de coyones, hierba y hojas de los árboles.

Tienen incisivos en la parte inferior y frenos en la parte superior, que es una encía desnuda.

Por eso cortan la hierba, pero no la arrancan de raíz", nos explica Gustavo mientras nos encontramos en un recinto lleno de llamas que nos invitan a hacernos selfies.

Las llamas no producen lana, que es una fibra dura, pero sí producen lana que es hueca y, por tanto, ligera y térmica.

Puede ser negro (aunque parezca marrón por fuera) y tener más de treinta tonos diferentes de marrón, blanco o gris.

En comparación con otros camellos, la lana de llama es de mejor calidad que la de guanaco, pero menos valiosa que la de alpaca y vicuña, que es la mejor de todas.

Las llamas se esquilan como mucho una vez al año, siempre con tijeras.

Producen pelos de 10 a 12 centímetros de largo que se utilizan como tubos de hilado.

"Se pueden obtener unos dos kilos de lana de una llama.

Esto se debe a que hay que cortar del vellón lo que no es utilizable.

Después de la limpieza, se hace girar, siempre por el lado donde está la fibra.

Se puede usar el huso que usaban los indios, pero ahora tenemos una máquina de hilar, un invento chino con pedales", explica Julia, mostrando cómo toma forma el hilo en Antú Ruque, esta casa, reserva y taller, que significa casa del sol en lengua mapuche, como Inti Huasi en quechua.

Información útil:Reserva Antú Ruque.

RP 41, parcela La Primavera.

T: (266) 4330679 / (11) 6132 3558.

www.

anturuca.

com.

ar.

Gustavo y Julia reciben invitados en su casa de campo, donde crían llamas para hacer hilo.

Se ofrecen visitas guiadas en fechas concertadas para mostrar cómo se crían los animales y cómo trabajan en el taller.

Se requiere la preinscripción para participar.

Es una lección de sabiduría, de paciencia y de vivir en contacto con la naturaleza.

También hay un restaurante donde se puede almorzar o tomar un té antes o después del paseo.

Las tarifas de pastoreo comienzan en 1.000 dólares para los mayores de 12 años; los niños pagan 509 dólares.